La verdadera historia de Dean Corll – Candy Man, el asesino en serie

Dean Corll nació en Fort Wayne, Indiana (Estados Unidos), el 24 de diciembre de 1939. Fue hijo de Mary Robinson y Arnold Edwin Corll. Dean se trasladó a Pasadena, Texas, con su madre y su hermano menor cuando tení­a once años, tras la ruptura del matrimonio de sus padres…

El joven Dean Corll

Fue considerado como un buen estudiante en la escuela y siempre observó buen comportamiento, aunque un problema del corazón lo mantuvo fuera de la educación fí­sica. En lugar de ello se dedicó a estudiar música. Tocaba el trombón en su escuela.

Dean Corll con su madre

En la década de los cincuenta, la madre de Corll inició una pequeña empresa de golosinas, principalmente dulces de nuez, junto con su segundo marido. La tení­an en el garaje de su casa. Dean Corll trabajaba allí­ dí­a y noche, mientras seguí­a asistiendo a la escuela. Cuando cumplió diecinueve años, la familia se trasladó a Houston, donde abrieron una nueva dulcerí­a.

Tras el segundo divorcio de su madre en 1963, Dean Corll se mudó a un departamento encima de la tienda. La tienda de dulces ya tení­a algunos empleados y Corll pasaba mucho de su tiempo libre en compañí­a de los niños del barrio. Les daba caramelos gratis y ellos lo conocí­an con el sobrenombre de «Candy Man: El Hombre de los Dulces€.

La casa y el cobertizo de Dean Corll

Su madre se casó por tercera ocasión. Dean Corll fue reclutado en el ejército en 1964, donde asumió que era homosexual. Después de diez meses obtuvo una licencia para poder ayudar a su madre con el negocio de dulces. Cuando la dulcerí­a finalmente quedó a su cargo, Corll invitaba a los niños a comer caramelos gratis. La gente comentaba que esta actitud no era normal. Corll empezó a frecuentar también a varones adolescentes. Tras el fracaso de su tercer matrimonio en 1968, la madre de Corll se mudó a Colorado. Aunque a menudo hablaban por teléfono, nunca fue a ver a su hijo. La dulcerí­a comenzó a tener pérdidas y Dean Corll tuvo que conseguir un trabajo en la empresa de iluminación de Houston y la Compañí­a de Energí­a. Trabajó allí­ durante muchos años. Por ese tiempo, sus fantasí­as sexuales derivaron hacia fantasí­as criminales. El contacto constante con niños y adolescentes hizo que empezara a ver en estos un objetivo sexual. No pasarí­a mucho tiempo antes de que decidiera llevar a cabo sus planes.

El 25 de septiembre de 1970, Jeffrey Konen, de dieciocho años de edad, desapareció mientras hací­a autostop en la carretera. Era estudiante de la Universidad de Texas y se dirigí­a a casa de sus padres en Houston. Fue la primera ví­ctima. Dean Corll lo recogió, le dijo que se dirigí­a a Houston y lo llevó a su domicilio. En el camino, le regaló al joven unos dulces. Cuando llegaron a casa de Corll, lo invitó a tomar una cerveza antes de llevarlo a casa de sus padres. El chico, no queriendo parecer descortés, aceptó. Una vez adentro, Dean Corll lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. Después lo amarró a una silla y empezó a torturarlo. La agoní­a de Jeffrey Konen duró varias horas. Corll se ensañó con él. Tras desnudarlo, lo violó varias veces. Después lo golpeó en la cabeza hasta destrozársela.

Jeffrey Konen

A diferencia de Jeffrey Konen, las siguientes ví­ctimas de Corll fueron secuestradas en Houston Heights, que era entonces un barrio de bajos recursos al noroeste del centro de Houston. Su segunda ví­ctima fue Homero Garcí­a, un niño hispano de bajos recursos a quien le prometió dinero. Tras darle los consabidos dulces, lo llevó a su casa. Lo violó. Luego le cortó el cuello hasta que el pequeño se desangró. Otras dos ví­ctimas, Malley Winkle y Billy Baulch, habí­an trabajado para el negocio de los dulces Corll, como repartidores del producto a las tiendas.

Billy Baulch

Corll raptaba a chicos de entre trece y veinte años. Siempre les ofrecí­a y regalaba dulces en el trayecto a su domicilio. Según la edad de las ví­ctimas, prometí­a comprarles ropa, juguetes o darles dinero. Además, acondicionó uno de los cuartos de su casa como cámara de tortura. Allí­ llevaba a los niños. Después de desnudarlos y violarlos, los atormentaba. Les metí­a gruesos dildos por el ano y se los dejaba dentro todo el tiempo.

Los introducí­a en una caja de madera, donde permanecí­an sin poder sentarse ni recostarse, sufriendo terribles calambres en todo el cuerpo. Les arrancaba el vello púbico, uno por uno. Les metí­a varillas de acero analmente. Cada vez era más cruel. Les hací­a cortes en el cuerpo, les partí­a los dedos, les rompí­a los huesos de brazos y piernas a martillazos, les quebraba los omoplatos o los asfixiaba con bolsas de plástico. A otros los castraba utilizando cuchillos, tijeras o navajas de afeitar.

Marioneta representando a Dean Corll

La policí­a consideraba a los chicos fugitivos, a pesar de las protestas de los padres que insistí­an en que sus hijos no se escaparí­an de casa. Con el tiempo, Corll conoció a otros dos pederastas: David Owen Brooks y Elmer Wayne Henley. Ellos se dedicaban además a asaltar y secuestrar personas. Corll comenzó a pagarles para que le llevaran niños. Así­ lo hicieron. Durante su relación, estos hombres le vendieron a Corll a veintisiete niños, mismo que terminaron en el cuarto de torturas. Cada uno costaba $200.00 dólares.

Elmer Wayne Henley, uno de los cómplices de Corll

Otras ví­ctimas de Dean Corll fueron Danny Yates, de catorce años, y su amigo James Glass de la misma edad. Los secuestraron el 15 de diciembre de 1970. David Owen Brooks los llevó al departamento de Corll en la calle Columbia, mientras este asistí­a a una manifestación religiosa. Ambos eran conocidos de Corll. A su regreso, pagó $400.00 dólares y se dedicó a violar y torturar a los chicos antes de estrangularlos.

Danny Yates

Luego, el 30 de enero de 1971, le tocó el turno a Donald Waldrop, de quince años, y a su hermano Jerry, de trece. Iban rumbo al boliche. Según declararí­a Brooks tiempo después, el padre de Donald, que era constructor, trabajaba en la casa que habí­a junto a la de Corll, en el momento en que sus hijos eran violados, torturados y asesinados. Ese tipo de detalles macabros excitaban a Corll.

Donald Waldrop

El 9 de marzo mató a Randall Lee Harvey, de quince años, mientras se dirigí­a a su casa. Su cadáver fue enterrado por Corll en un descampado. La policí­a lo hallarí­a treinta y siete años después, en 2008. El 29 de mayo, Corll secuestró a David Hilligeist, de trece años, quien iba a nadar en una piscina pública. El 17 de agosto, €œCandy Man€ atrapó a Rubén Watson, de diecisiete años, mientras iba rumbo al cine.

Randall Lee Harvey

El 24 de marzo de 1972 mató a Frank Aguirre, de dieciocho años. Frank Aguirre tení­a una novia: Rhonda Williams, una chica de quince años que le gustaba muchí­simo a Elmer Wayne Henley, uno de los dos secuestradores a quienes Corll les compraba ví­ctimas. Corll no lo sabí­a, pero esa chica serí­a su perdición. Aguirre fue enterrado en la playa de Isla Alta.

Las cuerdas utilizadas por Corll

Desde ese momento, Corll y sus cómplices casi siempre enterrarí­an los cadáveres en la arena de la playa o en un granero junto a la casa de Corll. Pero antes de hacerlo, Corll desarrollaba un extraño ritual: echaba cal sobre los cuerpos, luego envolví­a los cadáveres en plástico transparente y ataba los extremos, dejando un pedazo de fuera en cada uno: estaba imitando la envoltura de un caramelo. Los ex empleados de la dulcerí­a recordarí­an que Corll compraba rollos de plástico transparente, el mismo utilizado para envolver a sus ví­ctimas antes de enterrarlas.

El 21 de mayo de 1972 desaparecieron Johnny DeLí´me, de dieciséis años, y Billy Baulch, de diecisiete, mientras se dirigí­an a la tienda. Tras torturarlos y violarlos, Corll estranguló a Billy y le disparó en la cabeza a Johnny. Como no murió, Henley lo estranguló. El 2 de octubre de 1972, Wally Jay Simoneaux, de catorce años, y su amigo Richard Hembree, de trece, desaparecieron mientras caminaban por una acera. Fueron vistos por última vez subiendo a una furgoneta blanca aparcada frente a una tienda de comestibles. El 22 de diciembre de 1972, un amigo de Henley y Brooks, Mark Scott, de dieciocho años, fue vendido a Corll.

Jeffrey Scott, hermano de Mark Scott

El 4 de junio de 1973 entregaron a Billy Ray Lawrence, de quince años. Corll lo mantuvo vivo durante cuatro dí­as, violándolo y torturándolo reiteradamente. Lo castró utilizando un cuchillo de cocina. Luego lo asfixió antes de envolverlo como a un caramelo. Lo enterró a la orilla del lago de Sam Rayburn. El 15 de junio mató a Ray Blackburn, un joven de veinte años originario de Louisiana. Estaba casado y tení­a un hijo. El 19 de julio, Corll asesinó a Tony Baulch, de quince años; un año antes, habí­a matado a Billy, su hermano mayor. El 25 de julio ejecutó a dos más: Marty Jones, de dieciocho años, y Charles Tizon, de diecisiete. El 3 de agosto, Corll matarí­a a su última ví­ctima: James Dreymala, de trece años de edad. Fue atraí­do al departamento con el pretexto de recoger botellas vací­as de Coca Cola para venderlas.

Ray Blackburn

€œCandy Man€ ya era responsable de los asesinatos de casi cuarenta niños y jóvenes de Houston. Los vecinos hablaban de Corll como de un hombre ejemplar. Su opinión inicial habí­a cambiado y ahora les encantaba que les obsequiara dulces a sus hijos. Los niños lo seguí­an y él siempre los trataba bien cuando estaban en su tienda. Nadie se imaginaba lo que ocurrí­a en el aislado cuarto de torturas, ni que muchos de los chicos que desaparecí­an terminaban allí­.

Dean Corll con su perrito

Aproximadamente a las 03:00 horas del 8 de agosto 1973, Henley llegó a la casa de Corll acompañado por un niño de trece años llamado Tim Kerley, quien iba a ser la próxima ví­ctima. Con ellos estaba Rhonda Williams, la chica de quince años que habí­a sido novia de Frank Aguirre y que ahora era novia de Henley. Brooks no estaba presente en ese momento. Dean Corll se puso furioso de que Henley hubiera llevado a una niña: él querí­a chicos. Henley le explicó que Rhonda era su amante, no una ví­ctima. Finalmente se calmaron, Corll llevó al niño al cuarto de torturas y lo dejó allí­ amarrado. Luego los tres se pusieron a beber. Henley y Rhonda se emborracharon y se quedaron dormidos.

Cuando despertaron, estaban amarrados. Corll estaba frente a ellos, con una pistola calibre .22 en la mano. €œLos voy a matar€, dijo, apuntándoles. Henley trató de razonar con él. Le dijo que, si lo mataba, no volverí­a a tener chicos para sus juegos. Tras un rato, Corll cedió. Desató a Rhonda y luego a Henley. Corll también estaba borracho y comenzó a insistir en que mientras él violaba y mataba al niño, Henley hiciera lo mismo con Rhonda Williams. Henley se negó, y pronto se desató una pelea entre él y Corll.

Elmer Wayne Henley y David Owen Brooks tras su arresto

€œCandy Man€ estaba muy violento y cuando la situación se hizo incontrolable, Henley tomó el arma y le disparó a Corll seis veces en la cabeza, espalda y hombro. Dean Corll estaba muerto. Rhonda insistió en que Henley liberara al niño, lo cual hizo. Después llamaron a la policí­a.

El cadáver de una de las ví­ctimas

Henley pensó que lograrí­a que toda la culpa recayera en Corll, pero el niño lo acusó por raptarlo. Lo arrestaron, pensando que se trataba solamente de un secuestro aislado. Pero Henley decidió contarlo todo. La historia de €œCandy Man€ salí­a a la luz.


Diecisiete cadáveres fueron descubiertos en diferentes partes, incluido en el cobertizo. Siguiendo las indicaciones de Henley, la policí­a excavó en Crystal Beach y dentro de los bosques que rodean el lago Sam Rayburn, donde los cuerpos de muchas otras ví­ctimas fueron encontrados.

La policí­a desenterrando cadáveres en la propiedad de Corll



Los asesinatos de Houston llegaron a los titulares de todo el mundo, e incluso el Papa Juan Pablo II destacó el carácter atroz de los crí­menes y ofreció condolencias a los familiares de las ví­ctimas.

Los cadáveres




Se criticó duramente al Departamento de Policí­a de Houston, que habí­a clasificado a los niños desaparecidos como fugitivos, y no como ví­ctimas de secuestro. El caso de Corll era el peor en muchos años y los cadáveres no dejaban de aparecer.

Evidencias del caso


Los periódicos tomaron de inmediato el nombre que los niños le habí­an puesto: €œCandy Man€. Esa contradicción entre un hombre afable repartiendo golosinas y un asesino brutal y torturador encontró su lugar en el imaginario popular. Desde entonces, se lanzó una campaña permanente para advertirles a los niños que nunca aceptaran dulces de extraños.

La madre de una de las ví­ctimas

BIBLIOGRAFíA:



DISCOGRAFíA:

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