Ya no es primavera en El Corte Inglés: historia e indiscreciones del imperio del triángulo verde
¿No es exactamente la función del capital la de crear fuentes de trabajo y riqueza en beneficio de aquellos que aún no lo han logrado? ¿En beneficio de la sociedad toda?
César Rodríguez, fundador de El Corte Inglés
Dos varones y cinco mujeres después, Ramón Rodríguez Ordóñez —conocido entre sus vecinos como “el de Benitón”— observaba a su octavo hijo recién nacido en su casona de Llantrales, en la profunda parroquia de La Mata, Asturias. Era el dos de enero de 1882 y apenas había con qué alimentar más bocas en aquella paupérrima casa de agricultores. Tal vez por eso no fue un día de fiesta para los Rodríguez. Las cosechas no eran buenas, los jóvenes empezaban a huir a América y nadie de la familia tenía más conocimientos que los referidos a trabajar el campo. El futuro no era en absoluto prometedor para aquel chaval recién nacido, cuya madre decidió llamar César. César Rodríguez, futuro fundador y presidente de El Corte Inglés, la mayor firma comercial en la historia de España. O cómo pasar de una chabola en medio de Asturias a la fortuna más influyente de cuantas haya conocido el siglo XX español.
César Rodríguez fue una figura discreta, opaca, como casi todo lo relacionado con El Corte Inglés, a pesar de la insistencia de esta empresa en afirmar lo contrario. «Somos la firma comercial que más notas de prensa envía a los medios cada año», expresa su departamento de comunicación. Y es verdad. Como también es verdad que sus números, resultados, influencia e innumerables iniciativas sociales y culturales están a la vista de todos. Otro cantar es cuando se trata de hablar de sus trabajadores, de sus quejas y condiciones. Entonces se hace el silencio. Pero vayamos por partes. De la vida del fundador de El Corte Inglés se sabe poco, y todo está descrito en el libro del periodista Javier Cuartas, Biografía de El Corte Inglés (Ediciones El Cruce), un exhaustivo y meritorio trabajo sobre la historia de esta empresa que —en la línea de la opacidad descrita— nunca llegó a las librerías en su primera edición. Tras tirar 20.000 ejemplares y, por razones nunca aclaradas, los libros desaparecieron. «Una vez impreso —relata el propio Javier Cuartas— El Corte Inglés me hizo algunas ofertas de recompensa económica y profesionales. Yo las rechacé y, a pesar de que el libro ya disponía hasta de ISBN y yo ya había cobrado derechos de autor, nunca llegó a circular por las librerías». Cuartas recibió presiones tras terminar su trabajo. «Además de impedir que el libro circulase me intentaron persuadir de que no denunciase su desaparición y de que no intentase su reimpresión. El Corte Inglés llegó a afirmar en varios medios que el libro no existía y que no había existido jamás». Cuartas continúa, en lo que se parece más a una historia de ámbitos mafiosos que empresariales. «Una vez consideraron agotada la vía de obsequios y compensaciones económicas para que no reeditase el libro, sí hubo llamadas telefónicas conminatorias de directivos de la compañía advirtiendo, con lenguaje metafórico, de las consecuencias que me acarrearía persistir en la difusión del libro. No me llegaron a amenazar de muerte literalmente, pero sí hubo advertencias al estilo de Chicago de los años 20 que eran susceptibles de interpretar como tal o como meras balandronadas». Finalmente, Libros Límite sacó otra edición a mediados de los años 90 y en 2005 fue reeditado por El Cruce, alcanzando la sexta edición. En la obra se describe la escalada de César, de su sucesor Ramón Areces y de su primo, Pepín Fernández, fundador de Galerías Preciados. Sus negocios, sus enfados, sus proyectos… Sirva este texto como un resumen del mismo aderezado con datos y declaraciones de quienes, a día de hoy, son protagonistas directos de un mundo llamado El Corte Inglés.
César y Pepín —este último nacido el 12 de diciembre de 1891 en El Rellán, otra aldea de la parroquia asturiana de La Mata— compartieron infancia entre el comercio y el regateo. Iban de mercado en mercado por el centro de Asturias, vendiendo y comprando productos del campo para aliviar la carcomida economía de sus familias. Pepín recordaría en una entrevista concedida a La Nueva España en 1966 que «desde niño iba a caballo desde mi aldea hasta el mercado de Grado». Allí regateaban y se curtían. En casa de César terminarían montando una panadería mientras que en la casona de los Fernández se instaló un ultramarinos y un «chigre» (tasca). Entre tanto, en 1904, en una de las casas más pobres de la aldea, venía al mundo Ramón Areces, sobrino de César y su futuro sucesor al frente de El Corte Inglés. Todavía tendría que pasar mucho tiempo hasta entonces. De momento, el ahogo solo tenía una desembocadura para aquellos chavales: América.
De las 20 casas de la aldea de Llantrales de principios del siglo XX, no había una sola que no tuviera al menos un hijo en América. César se fue con 14 años, en 1896, destino La Habana. Salió del puerto de Santander con los tambores del independentismo cubano de fondo. Cuando arribó a la ciudad se alojó en una pensión a cambio de limpiar y barrer. Duró un día. Al siguiente consiguió un empleo como repartidor de comida de una cantina del barrio de La Habana Vieja. Seis meses después aceptó la oferta de un gijonés para trabajar en una tienda de novedades llamada La Casa Blanca donde trabajó como «cañonero» o chico para todo: limpia, vende, barre, ordena… Dormía en la misma tienda. Una de aquellas noches de colchón en el suelo escuchó la explosión del Maine, el 15 de febrero de 1898.
En 1900 sucede algo definitorio para El Corte Inglés: César entra a trabajar como dependiente en los almacenes El Encanto. Consigue un buen sueldo y, lo que a la postre será más importante, aprende prácticamente todo lo que años después se llevará a España y aplicará a El Corte Inglés. César permanecerá 28 años en El Encanto, durante los cuales ascenderá a velocidad meteórica hasta convertirse en socio industrial de la firma. Trabajador obstinado, casi obsesivo, y con una tremenda capacidad de sacrificio, César suplió su nula formación académica con unas enormes e innatas aptitudes para los negocios y la venta. Su fortuna avisa y comienza a tomar forma.
La importancia de El Encanto en El Corte Inglés es tal que puede decirse que el mayor centro comercial de la historia de España nació como un calco de los almacenes cubanos y que su primer crecimiento se basó en lo que antes ya se había hecho en La Habana. Solo un ejemplo que tal vez sintetice todo lo demás: el eslogan para las rebajas de El Encanto a principios del siglo XX era «ya es primavera en El Encanto». De las especulaciones y expertos «opinadores» sobre el modelo empresarial de El Corte Inglés destaca una idea que caló en la opinión pública: el éxito de la firma se basaba en el llamado modelo japonés, esto es, una estricta jerarquía, un trato paternalista con el empleado que permite la promoción interna y una implicación total y completa del trabajador con la empresa. Sin embargo, y puestos a definir, el modelo que mejor encaja en el nacimiento del centro comercial español por excelencia es el astur-cubano. Un modelo que explica —al menos en parte— que una familia de humildes campesinos del interior de Asturias sin formación académica desarrollase en menos de 50 años un ejemplo empresarial que siente las bases futuras del comercio en España.
La severa jerarquía, directamente relacionada con la posibilidad de ascensos, es una de las bases de este modelo. El Corte Inglés, a lo largo de su historia, apenas ha contratado directivos. La mayoría de puestos de mando corresponden a empleados que han ido ascendiendo de categoría, un modelo que César Rodríguez no solo exportó de La Habana, sino que lo vivió en sus zapatos: entró con una escoba y salió con un fajo de billetes en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja. La práctica se mantiene. En el año 2011 El Corte Inglés promocionó a más de 470 empleados a puestos de mayor responsabilidad, según datos de la propia compañía. La promoción interna siempre estuvo aliñada de paternalismo. «Ser como una familia», declaraba en 1981 Ramón Areces. «Cuidar a tus empleados, que se sientan en su casa», completaba Pepín Fernández. A día de hoy El Corte Inglés ofrece a sus trabajadores acceso a estudios superiores en la UNED a través del Centro de Estudios Universitarios Ramón Areces (CEURA). Durante 2011 los cursaron 806 trabajadores. La empresa también presta ayudas de estudios para hijos de empleados. El año pasado se concedieron 2533 ayudas de este tipo destinadas tanto a formación profesional y bachillerato como a estudios universitarios. «Hemos crecido mucho porque hemos conseguido un equipo convencido de que la empresa es suya», afirmaba en 1982 el entonces presidente de El Corte Inglés, Ramón Areces. ¿Y hoy? ¿Es así? «No», dice Fran. Y no titubea.
Eso es todo lo que nos permite contar de él, que se llama Fran y que trabajó en un centro de El Corte Inglés de Madrid entre el año 2007 y hasta hace unas semanas. «Mi experiencia allí no fue mala, pero no me sentí ni especialmente cuidado ni mucho menos parte de la empresa», añade. María, también trabajadora de El Corte Inglés que ni siquiera nos autoriza a revelar su verdadero nombre, señala que «es una empresa como cualquier otra, nada de cuidado o atención. Saben a quién exprimir y saben que la mayoría estamos de paso». Quien no tiene problema en dar su nombre es José Luis Rueda, presidente del Comité de Empresa de El Corte Inglés de Málaga, afiliado a CCOO y con bastantes más años que Fran y María. «En los años 70 era así, una empresa preocupada por sus trabajadores, por que estos se sintieran parte de la compañía porque El Corte Inglés se podía permitir el lujo de contratar a los mejores, doblando sus sueldos. Hoy, desde luego, ha cambiado, por más que El Corte Inglés se empeñe en esconderlo. Existe un completo desapego porque cada vez obligan a trabajar más, en peores condiciones y por el mismo salario», concluye. «La empresa no es cercana —retoma Fran—, en cinco años que trabajé allí jamás se me acercó a nadie no solo a preguntarme qué tal estaba, sino que jamás nadie, ningún jefe, me informó de nada. Todo es silencio, todo es misterio». El problema a estas y todas las sucesivas quejas de trabajadores que se reflejan y reflejarán en este texto, es que no tienen respuesta desde la empresa, alimentando el mito de opacidad, del misterio, como lo califica Fran. «No vamos a decir nada sobre eso, los datos hablan por sí solos y lo que queda hacer es contextualizar». Es toda la respuesta que ofrece El Corte Inglés.
La implicación del empleado y la fidelidad a la empresa llegó a ser una realidad. Cuando en España se impuso por imperativo legal el pago de las horas extras, cuentan exempleados tanto de El Corte Inglés como de Galerías Preciados que no pocos trabajadores lo rechazaron, temerosos de que se pusiera en duda, si lo aceptaban, su entrega sin reservas a la empresa. Toda esta interpretación de los empleados como una gran familia dejaba fuera de la maquinaria una pieza: los sindicatos. El Corte Inglés siempre lo vio innecesario dada la complicidad entre empresa y empleados y redujo su presencia al mínimo. Una práctica que, a diferencia del paternalismo o la implicación del trabajador, sí se mantiene vigente. Al precio que sea.
El Corte Inglés tiene dos sindicatos mayoritarios, Fasga y Fetico, a los que están afiliados casi el 74% de la plantilla. Los otros dos sindicatos son UGT y CCOO, con apenas un 4% de los trabajadores afiliados. «Hay libertad sindical, se celebran elecciones y la gente elige». Es todo lo que apunta la empresa sobre este asunto. Ni una palabra más. Los trabajadores, en cambio, se explayan. «De libertad, nada». Entra en escena Gabriel Escribano, 45 años, trabajador de El Corte Inglés de la calle Princesa de Madrid y afiliado a UGT. «Fasga y Fetico son dos sindicatos amarillos, que viven en connivencia con la empresa y que si tienen un 74% de afiliados es porque el contrato que firman los trabajadores que llegan a El Corte Inglés incluye la vinculación a estos sindicatos», explica. «Así es, aunque cueste creerlo», retoma José Luis. «Lo pone específicamente en el contrato y si te niegas a afiliarte, no firmas el contrato y te quedas sin el puesto». María no es afiliada ni a UGT ni a CCOO, pero sí a uno de los dos sindicatos «amigos». «No me quedó más remedio», explica. Fran añade: «A mí los sindicatos no me preocupan, pero lo que hay que decir muy claro es que la libertad sindical en El Corte Inglés no existe. Todo lo contrario. La empresa amenaza a los trabajadores que pretendan afiliarse a UGT y CCOO porque son los reales, los otros son una farsa. Firman lo que les diga la empresa y luego nos venden un cuento. Eso lo sabe todo el mundo ahí dentro», apunta. «Las amenazas son habituales —prosigue Gabriel—. Llegan al punto de que si un trabajador habla conmigo, los jefes le preguntan después qué hacía hablando conmigo». Gabriel escala en su enfado. «Me dicen que quiero destruir la empresa, que soy un rojo. Pero, ¿estamos tontos? ¿Destruir la empresa que me da de comer?». José Luis va más allá y describe prácticas inauditas. «Cada vez que presentamos un candidato para el comité de empresa nos viene a decir que le han amenazado: “o te borras o te vas de la empresa”, le dijeron al último. La gente, claro, tiene miedo». El caso más tremendo que conoce —de primera mano— es el de Charo y Noemí, trabajadoras de El Corte Inglés de Málaga. Ambas fueron amenazadas tras presentarse candidatas por la lista de CCOO. La parte más espinosa la sufrió Charo, a quien su jefe metió en su despacho para decirle que «o recapacitaba o su hija (también trabajadora de El Corte Inglés) sería despedida». «A las dos horas —recuerda José Luis— apareció la chiquilla llorando, que la habían despedido y que no sabía por qué». El sindicato denunció el caso. Y ganó. «Son prácticas mafiosas», concluye. Fran, ajeno a cualquier sindicato, añade. «Si tú le preguntas a algún trabajador de El Corte Inglés por los sindicatos se pone nervioso y se va. Literal. Es un tema del que no podemos hablar. Es como un tabú y la gente tiene mucho miedo». «Y esto ocurre en pleno siglo XXI», termina Gabriel. «¡Trabajamos en una empresa en la que ni siquiera nos permiten decir la palabra sindicato, en la que la gente susurra cuando se habla de este asunto!». Desde El Corte Inglés insisten en que no van a hacer ningún comentario al respecto.
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Con solo 24 años César Rodríguez ya tiene un puesto importante en El Encanto, un gran capital acumulado que va reinvirtiendo en las tiendas —en un modelo que trasladará a El Corte Inglés— y buenos contactos con la alta sociedad de La Habana. En 1906 alcanza el máximo nivel directivo de la que era ya una de las empresas comerciales más fuertes de Cuba. Solo entonces deja de dormir en El Encanto y se alquila un apartamento.
Años después, en 1910, llega a La Habana su primo José Fernández Rodríguez, más conocido como Pepín Fernández y futuro fundador y presidente de Galerías Preciados. A diferencia de César, Pepín sí va a la escuela de niño (al menos todo lo que le permite el trabajo familiar) y ya de chaval muestra una clara vocación de escritor. «Desde muy niño, cuando asistía a la escuela municipal, ya leía por mi cuenta a los clásicos. Primero porque me apasionaba la literatura y después porque quería aprenderme todas las palabras, dominar el lenguaje», explicaría en una entrevista concedida en 1974 a la escritora Elvira Daudet. Los domingos, para su disgusto, tenía que cuidar las vacas de la familia. Años después, lejos de aquellas vacas que le robaban el día libre, Pepín negociaría la compra de varios edificios en el centro de Madrid para abrir el primer centro comercial de la historia de España.
Pepín llegó a Cuba vía México y en la travesía perdió los 20 duros que llevaba —y que era todo lo que tenía— en una partida de cartas. Asegura que jamás volvió a echar una partida. Como su primo César, comenzó en El Encanto, que le daba alojamiento y comida a cambio de barrer y limpiar. Luego pasó a «cañonero» y a los dos años ya tenía un puesto en la oficina.
En 1919 la situación de ambos primos ya era privilegiada. César consolidó su fortuna personal casándose conMaría Antonia, mujer de la alta sociedad cubana. Pepín, por su parte, revolucionaba el mundo de la publicidad con sus eslóganes para El Encanto además de con una manera rompedora de entender el comercio, una máxima copiada de los almacenes de la época de Estados Unidos y que posteriormente serán santo y seña de El Corte Inglés y Galerías Preciados: el cliente siempre tiene la razón. La preocupación y trato exquisito al cliente es una de las banderas más reconocibles del imperio Corte Inglés. «Recibimos decenas de cursos de formación y casi todos ellos están orientados al trato al cliente», explica María casi un siglo después. Pocos sitios quedan ya en los que los vendedores vistan traje y las vendedoras uniforme, una práctica que se mantiene en El Corte Inglés. Sin embargo, siempre hay un sin embargo, la moneda de la amabilidad paga con un anverso en El Corte Inglés. «Yo creo que el problema —explica Fran— es que vamos a comisión y, mira, yo no he tenido problema con eso porque me llevaba bien con mis compañeros, pero he participado en dos campañas de juguetes de Navidad en las que los vendedores íbamos a comisión y jamás he visto nada parecido: aquello era la jungla, un todos contra todos horroroso, donde se sucedían las discusiones y los malos rollos. Y los clientes, por supuesto, se daban cuenta». «La clave es la presión a la que nos someten —añade José Luis—. En mi centro es tremendo. Si no hay nadie en toda la tienda y estás hablando con un compañero, sin reír ni levantar la voz, solo hablando, inmediatamente se te acerca un jefe a decirte: “venga, hay que vender”». María coincide: «Conozco compañeros a los que amenazaron directamente: o vendes esto y llegas al objetivo o ya sabes que te vas a la calle». José Luis lo corrobora. «Lo he vivido en primera persona, un jefe que se acerca y te dice, como no cumplas objetivos te vamos a despedir. Es asfixiante, el clima es muy negativo. Estamos en tensión permanente». Y Gabriel finiquita. «La gente no se puede hacer una idea del mal clima que hay ahora mismo en El Corte Inglés».
Mientras Pepín es ascendido a gerente y César se codea con la jet-set habanera, Ramón Areces, sobrino de César, sale del puerto gijonés de El Musel rumbo a la isla. Areces será el sucesor de César Rodríguez al frente de El Corte Inglés y segundo presidente. Nació el 15 de septiembre de 1904, quinto hijo de Carlos Areces, que fue marido de dos hermanas de César. Con la primera tuvo diez hijos y ocho con la segunda. Ramón fue el quinto de estos ocho. Areces se crió en una chabola. Como una competición por nacer más pobre que el anterior, la infancia de Areces fue aún más miserable que la de César y Pepín. Más que irse, el futuro presidente de El Corte Inglés huyó a La Habana, pantalones raídos y zapatos sin suela. Partió en 1920, con 16 años. «Asturias estaba entonces más cerca de América que de Madrid», declararía posteriormente Areces. «El puerto de Pajares era infranqueable, como una barrera psicológica». En la capital cubana empieza como los demás, de «cañonero» en El Encanto, después chico de los recados y finalmente llegará a dependiente en la sección de caballero. Pero a diferencia de su tío y de Pepín, eso es lo más arriba que Ramón escalará en la isla. Poco tiempo después regresará a España.
De Areces se ha discutido mucho sobre su formación académica. Durante años se dijo que tenía estudios universitarios, cursados en Estados Unidos y Canadá, donde pasó unos meses. Se llegó a contar que logró doctorarse. En realidad no hay nada de eso. ¿Tiene usted estudios universitarios?, le preguntó un periodista del diario Pueblo. «No. Hice estudios preuniversitarios en el Canadá», respondió. Los estudios universitarios de Ramón Areces son calificados por el periodista Javier Cuartas como «otro de los episodios legendarios y míticos sobre El Corte Inglés que se han contando y se siguen reproduciendo en España sin ningún contraste».
César Rodríguez abandonó El Encanto en 1929. Todo apunta a que su salida se debió a una excesiva acumulación de capital, es decir, era demasiado rico: tenía en ese momento 1,4 millones de dólares de la época y los dueños de la empresa temían que se hiciera con el control absoluto de la cadena. No le importó mucho. César se benefició aquel año del crack del 29 adquiriendo inmuebles y haciendo inversiones, lo que disparó su riqueza. En pocos meses pasa de comerciante adinerado a millonario con carné: se hace socio capitalista del Banco del Comercio y del Banco Hispano Americano, fundado por emigrantes asturianos y vascos en Cuba, y se convierte en un miembro destacado de la adinerada oligarquía cubana. En 1933, al término de la dictadura de Machado, César Rodríguez acumulaba una fortuna de más de cuatro millones de dólares.
Sin tanta presencia social Pepín también engorda sus cuentas corrientes y libera su afán literario publicando columnas de opinión en algunos periódicos cubanos. En 1930 abandona también El Encanto y, además, la isla, a diferencia de César, que permanecerá hasta la revolución castrista. En España los círculos empresariales de 1931 se alteran con el regreso. Algo bulle en el ambiente. El recién llegado Pepín, bolsillos llenos y tiempo libre, tiene un proyecto en mente. Durante los siguientes tres años negará una vez tras otra que vaya a emprender nada. No era cierto y en 1934, con un plan mucho más ambicioso de lo que aparentaba, Pepín Fernández adquirió en la calle Preciados de Madrid una pequeña tienda llamada Sederías Carretas, el germen, el origen primero, de Galerías Preciados, el primer centro comercial de España.
Pepín inauguró Sederías Carretas el ocho de octubre de 1934. 21 años más tarde la empresa pasará a llamarse Galerías Preciados. El capital social era de 400.000 pesetas (2400 euros) y participaban con el mismo porcentaje (46%) Pepín y su primo César, futuro fundador de El Corte Inglés. La empresa nació con 12 empleados y 300 metros cuadrados de superficie. En 1946 se romperá la sociedad de los dos primos de manera abrupta y comenzará una encarnizada rivalidad entre Galerías Preciados y El Corte Inglés.
Mientras esto ocurre Ramón Areces regresa de Cuba. Y lo hace sin nada. Se considera, en la época, uno de los tantos emigrantes que vuelven fracasados porque lo hizo sin traje de seda, habano en la boca y barriga alimentada. A su vuelta trabaja un tiempo en Grado hasta que solicita «asilo» laboral en la recién estrenada Sedería Carretas. Lo ve bien César, su tío, pero —curiosidad histórica— Pepín se niega. Solo años más tarde el fundador de Galerías Preciados le confesaría a César, a través de una carta, por qué rechazó a su sobrino y futuro presidente de El Corte Inglés. «Mi decisión obedeció a la negativa de algunos empleados. Me explicaron diferentes cosas sucedidas con motivo de la huelga de El Encanto. Puntualizaron hechos y actitudes que juzgaron muy severamente. Ya supondrás cuánto tenía que preocuparme la idea de introducir en el negocio un posible elemento de discordia». Nacía con esta negativa una rivalidad, una malsana relación entre Pepín y Areces que no hará más que crecer, a pesar de guardar las formas en innumerables y públicas ocasiones cuando ambos ya eran dos gigantes del comercio en España.
Sederías Carretas echó a andar con un inesperado éxito. La primera clienta que entró dejó en caja 25 pesetas y 50 céntimos y en su primer día la tienda facturó 3000 pesetas (18 euros). Pero más que los resultados económicos —que también—, Sederías Carretas supuso una revolución, un cambio profundo y radical en el comercio en España. Como un cubo de agua fría que cae sobre alguien dormido, Pepín Fernández, apoyado económicamente por su primo César, despertó de manera brusca la forma de entender las ventas en Madrid y en España poniendo todo tan patas arriba, y ya nunca el comercio español volvió a ser el mismo. El Corte Inglés adoptaría, tras su aparición pocos años después, estas mismas técnicas. «El comercio español —explicaría Pepín Fernández en una entrevista a La Nueva España en 1966— tenía en aquella época un sistema rutinario en el que el mostrador era una barrera entre el cliente y el comprador. Había que transformar ese sistema. Lo primero que hice fue sustituir los mostradores por mesas, de modo que el público tuviese la mercancía a su alcance». Sería solo una de las innovaciones y no la más radical. Pepín y César institucionalizaron también el precio fijo, hasta ese momento en Madrid y el resto del país se seguía regateando en los comercios. «Cuando decidimos hacer eso en 1934 —contará Pepín en una entrevista a ABC en 1968— los llamados expertos afirmaron que era un error, que en Madrid no podía prosperar algo así. La mentalidad y costumbres de entonces se limitaban al comercio pequeño y al regateo». Otros giros asombrosos fueron la creación de campañas de rebajas, el trato al cliente (que pasa a ser anónimo en lugar de familiar aunque exquisito en vez de informal), la profesionalización de la compra (ya no son los fabricantes los que ofrecen la mercancía, sino los compradores quienes van a buscarla), el crecimiento de secciones y género a ofrecer todo bajo un mismo techo, el afán de crecimiento, el recurso de la publicidad ingeniosa, la posibilidad de que el cliente se desenvuelva con libertad por la tienda sin que tenga que comprar… La concepción, en fin, del comercio a gran escala. La concepción del centro comercial moderno.
Todo esto había nacido a mediados del siglo XIX en Francia. El Bon Marché de París, que abrió sus puertas en 1852, se considera el primer centro comercial del mundo y a principios de siglo XX llegó la explosión de este tipo de superficies. Lo curioso es que antes que ningún otro país europeo, sería Estados Unidos quien importase la idea francesa. Siguiendo fielmente la premisa de «si algo funciona, para qué lo vas a tocar», calcaron sin reparo el modelo Bon Manché parisino y abrieron durante la segunda mitad del siglo XIX Stewart en Nueva York, Wanamaker en Filadelfia y Marshall Field en Chicago. De todos ellos aprendería y tomaría ideas tanto Galerías Preciados como El Corte Inglés.
La irrupción de este tipo de tiendas impulsaría en España, como en el resto de países europeos, el consumismo, algo desconocido hasta entonces. Si se tiene que buscar un «responsable» de que en España haya consumismo, entonces y sin ninguna duda hay que poner sobre la mesa el nombre de El Corte Inglés y el de la desaparecida Galerías Preciados. Ellos despertaron la demanda con sus campañas, su escaparatismo hasta entonces desconocido, sus rebajas inalcanzables para el resto y sus eslóganes. Dispararon el consumo de manera irreversible haciendo con ello que la calidad de lo ofrecido mejorara como nunca antes lo había hecho. Su influencia fue tal, su entrada en la cacharrería tan de elefante, que lograron hasta cambiar las leyes del comercio, consiguiendo que el gobierno autorizase a finales de los años 60 abrir los mediodías y que se liberalizasen gran parte de las exportaciones. Fueron ellos, también, quienes introdujeron en España el tallaje antropométrico, esto es, el fin de las prendas a medida a cambio de determinar seis tallas universales para toda la población a partir de un gran estudio.
También la forma de trabajar fue novedosa. Las direcciones tanto de Galerías Preciados como de El Corte Inglés fomentarían la competitividad entre sus empleados a fin de mejorar el nivel, inaugurando el sistema de comisiones. También darán participación en el negocio a los trabajadores, prohibirán las propinas, garantizarán por primera vez la devolución del dinero si el cliente no queda satisfecho y cuidarán hasta el extremo la marca corporativa.
«Y seguimos siendo referencia», afirman desde El Corte Inglés. «Somos el líder europeo de grandes almacenes y el tercero a nivel mundial». Las innovaciones, la capacidad de revolverse contra lo establecido, siguieron a lo largo de los años. En los 60 fue la tarjeta de compra, la omnipresente «tarjeta de El Corte Inglés», que a finales de los años 80 llegó a tener más usuarios que ninguna otra tarjeta de crédito en España. En los 90 encabezaron el comercio electrónico (del que son líderes actualmente en España), la tarjeta regalo o el personal shopper. Los últimos «inventos» de El Corte Inglés han sido el Gourmet Experience, los espacios de Salud y Belleza y el Espacio de las Artes. Y prometen seguir creando.
«La empresa sigue creciendo, sus beneficios siguen creciendo, pero lo que no se cuenta es lo que está pasando con la gente que trabaja ahí». José Luis empaña el brillo. «El último convenio de comercio y hostelería firmado en febrero de 2013 ha modificado la libertad de horario, de modo que ahora todos los empleados de El Corte Inglés tenemos que trabajar en domingo, sin excepción. Y por el mismo precio que cualquier otro día», afirma. «Yo me he ido por eso», retoma Fran. «Y como yo, muchísima gente. Creo que la modificación del horario es una forma de echar a gente, porque es que te quitan la vida. De 900 personas que trabajábamos en mi centro se han ido por los menos 200, y no contratan a nadie más», concluye. «Ese convenio no es de El Corte Inglés, es de la Federación de hostelería, comercio y turismo», se limita a responder la empresa. No hay cifras oficiales de cuántos trabajadores han dejado la empresa desde que se obliga a trabajar en domingo, pero las estimaciones oscilan desde 200 hasta casi 8000. «Y mientras tanto abren centros nuevos, con lo que el trabajo aumenta, pero no los trabajadores y mucho menos los salarios. Esto es un ERE encubierto», afirma José Luis. Y sigue, enfadado: «El Corte Inglés vive obsesionado con su imagen y no puede permitirse decir que hace un ERE, porque se supone que cuida a sus empleados, pero les hace la vida imposible y se beneficia de sus salidas. Joder, hay gente que se está yendo por problemas de salud, porque no pueden más. Y esto lo llevamos denunciando muchísimo tiempo, pero no sale en ningún medio. Espero que esta vez por fin salga. Ya no me fío».
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Desde la inauguración de Sederías Carretas en 1934 Pepín ya tenía entre ceja y ceja ampliar el negocio de manera descomunal. En cuanto pudo se hizo con un edificio de la calle Preciados, lo que cambiará el urbanismo de la zona. Con la recién inaugurada Gran Vía, el eje Sol-Callao se convertirá en el punto comercial más importante de España. El problema fue que Pepín tardó más de lo que deseaba en hacerse con su primer edificio debido principalmente a una pequeña sastrería en los bajos del mismo que se resistía a ser traspasada. El nombre de esta sastrería era El Corte Inglés.
Describe Javier Cuartas en su mencionada Biografía de El Corte Inglés que hay cinco versiones de cómo nació el centro comercial. La de dominio público, la adoptada por la mayoría de medios de comunicación, es una que solía contar el propio Ramón Areces. El recién regresado empresario asturiano paseaba por la calle Preciados cuando vio un «se traspasa» en la sastrería. Entró y, según el propio Areces, cerró la compra en un cuarto de hora. Otras versiones hablan de préstamos de su tío César, de inversiones de Areces, de negociaciones hábiles y rápidas… Cuartas pone las cosas en su sitio: en 1935, un año después de la inauguración de Sederías Carretas, Pepín comienza las negociaciones para adquirir el edificio de la calle Preciados en cuyo solar edificará el primer Galerías Preciados. En los bajos de este edificio estaba la sastrería El Corte Inglés que, ante los ojos de Pepín, se convierte rápidamente en la mejor forma de resarcirse por la negativa a que Areces trabajase en su sedería. Como deferencia a su primo César, decide poner al frente de esta sastrería a Ramón, a condición de que, en cuanto adquiera el edificio, sea traspasada.
El 23 de diciembre de 1935 se registra ante notario la escritura de compraventa de la sastrería El Corte Inglés a favor de César Rodríguez, quien asume la presidencia y es representado en Madrid (ya que seguía en Cuba) por su primo Pepín Fernández. En febrero del año siguiente el propio Pepín, cumpliendo la promesa a su primo, pone al frente del negocio a Ramón Areces. Nace el Corte Inglés. Y lo hace gracias a un gesto de buena voluntad del futuro presidente de Galerías Preciados. Un gesto paradójico que alumbraba ajeno a su mayor rival empresarial y comercial, un monstruo que engendraría y que, como un hijo maldito, devoraría su liderazgo solo 30 años más tarde. Dicen que Pepín nunca dejó de arrepentirse.
El Corte Inglés arrancó con siete empleados (cinco dependientes y dos botones) a los que Areces prometió un futuro de ensueño nada más llegar. «Vamos a tener la mejor casa de Madrid», les dijo a sus trabajadores el primer día. Ellos, cuentan, se miraron con extrañeza. Lo cierto es que ni César ni Pepín confiaban en las posibilidades de Areces y sin embargo —o precisamente por ello— Ramón hará crecer la «tiendina» de una forma espectacular, nunca antes vista en España, gracias a una obstinación en el trabajo y una perseverancia increíbles. Y gracias también —hay que decirlo— al dinero de su tío, fundador y propietario de la tienda.
La sastrería El Corte Inglés dio sus primeros pasos durante la guerra civil y creció gracias a los soldados y oficiales rusos hospedados en un hotel cercano y que nunca tenían suficientes abrigos. Al finalizar la guerra la sastrería y la sedería estaban en plena forma. Con stock y material de sobra se dirigían a una colisión de intereses que Pepín no sospechaba, César no veía y a Areces no le preocupaba.
En junio de 1940 El Corte Inglés fue finalmente traspasado después de meses de papeleo (un retraso que molestó y mucho a Pepín) para que este pudiese demoler el edificio y comenzar su primer Galerías Preciados. La mudanza no fue muy lejana: la acera de enfrente. Areces piensa entonces en cambiarle el nombre a El Corte Inglés y llega a hacer una suerte de encuesta en busca de un nuevo bautismo (que, sin duda, hubiera cambiado la historia de este país). «Además —explicaría Areces en una entrevista— en la radio cobraban los anuncios por palabra y a nosotros nos salía mal con tres». Ese mismo año la sastrería se convierte en Sociedad Limitada con un capital de un millón de pesetas (6000 euros) y Pepín comienza a rumiar su malestar. «Una cosa es El Corte Inglés primitivo —escribe Pepín en octubre de 1940 en una carta dirigida a su primo César— de un reducido volumen económico, y otra muy distinta es el negocio actual, de extraordinaria magnitud, lo que te obliga, César, a tomar las medidas que juzgues convenientes e incluso a modificar cualquier idea que hayas basado en la realidad anterior». César responde, apaciguando. «Déjame ver si tenemos la suerte de que en esa casa puedan hacer su porvenir una cantidad grande de personas». Y vaya si lo hará. Durante los tres años que durarán las obras de Galerías Preciados la sastrería crecerá sin freno. Cuando el tres de abril de 1943 se inaugura el sueño de Pepín, el primer centro comercial de España, Areces ya tiene claro, en la acera de enfrente, que quiere hacer lo mismo. Su tío César le financiará el desafío —en un gesto que dinamitará para siempre su relación con Pepín— y solo tres años más tarde, el uno de febrero de 1946, César escribe a su primo para contarle que han adquirido el edificio entero. La «tiendina» se convierte en una réplica a Galerías Preciados situada justo enfrente. En una inmejorable metáfora, los boxeadores se miran cara a cara, con Madrid como ring. Suena la campana.
Los golpes serán cartas. La respuesta de Pepín al anuncio de César de la adquisición del edificio se demora dos meses: «Fácilmente te explicarás por qué no he contestado antes a tu carta. Me produjo tal efecto que durante muchos días no he podido pensar en otra cosa. Cuando me dieron la noticia yo dije no puede ser verdad». Y sigue, con la tinta destilando enfado. «La operación ha quedado definida como la bomba atómica contra nosotros. Se trata por lo visto de poner frente a nuestro negocio una poderosa competencia que llegue incluso a aniquilarnos comercialmente. Tengo un inmenso disgusto del que todavía no he logrado reponerme». Pepín también le recuerda a su primo cómo nació El Corte Inglés: «Toda la base del negocio de El Corte Inglés es exclusiva obra mía», dice. César responde ofreciéndole participar en El Corte Inglés, pero Pepín lo rechaza furibundo. César pasa al ataque en otra misiva. «Una vez más reitero mi reconocimiento acerca de los servicios, esfuerzos y labores que has hecho por el negocio, pero a fuerza de tanto repetirlo haces que pierdan gran parte de su virtud». Pepín no rebaja el tono en su segunda carta. «Aprovecharse de desinterés, de lealtad, de fidelidad, de devoción y cariño verdadero hacia ti (…) y ahora soporto esta traición e indelicadeza». César replica. «¿Qué hay de doloso y desconsiderado hacia ti en que compre una casa contigua a la mía? Lo comparas con la bomba atómica con la premeditada intención de aniquilarte comercialmente. ¡Por Dios Pepín, hasta dónde te ha llevado la obcecación!». Y en su intención de tranquilizar a su primo, convierte un sarcasmo en una profecía literal. «Te crees que hay todo un programa de esfuerzos a gran escala (…) pero como ves, estamos muy lejos de formar una poderosa organización para hacerte la competencia y hasta llegar a arruinarte (…) Todo esto es tan absurdo que solo puede tomarse como una broma». Las cartas seguirán varios meses, tocando todas las fibras que corresponden a cualquier discusión que se precie entre hermanos. «Resulto una víctima —dice Pepín—. Sin verdadera necesidad de tu parte, porque mientras yo tengo hijos cuyo futuro debo preocuparme, tú, en cambio, no solo no los tienes, sino que además posees una fortuna». César no lo acepta. «Dices que dada mi situación económica no debería hacer esto o aquello; en definitiva, no hacer nada. ¿No te parece a ti que debido precisamente a esta situación tiene uno la obligación de laborar en beneficio de aquellos que aún no lo han logrado? ¿No es exactamente la función del capital la de crear fuentes de trabajo y riqueza en beneficio de aquellos que aún no lo han logrado? ¿En beneficio de la sociedad toda?».
El intercambio de golpes-carta terminaría ese mismo año, con la desvinculación de César por completo de Galerías Preciados y la de Pepín de El Corte Inglés. La relación entre ambos primos nunca cicatrizará, aunque, con los años y la perspectiva, volverán a hablar y a mostrarse afecto. Algo que, ni mucho menos, ocurrirá entre Pepín y Ramón Areces.
En 1952 El Corte Inglés se transforma en Sociedad Anónima, cogiendo al vuelo la nueva legislación mercantil lanzada por el régimen. El crecimiento es lento pero con de una seguridad pasmosa, intimidante. El ejercicio correspondiente a 1951 se cerró con un activo de 14,9 millones de pesetas (89.500 euros) y un capital de 10 millones de pesetas (60.000 euros). Se definía el segundo gran almacén moderno de España. Los números, irrisorios comparados con los actuales, nunca dejarán de engordar. El Corte Inglés, según datos de la propia empresa, facturó en 2011 (último ejercicio público) 15.778 millones de euros. Su influencia económica, además, va mucho más allá de sus beneficios. La empresa da empleo a unas 99.000 personas, el 93% de ellas con contrato fijo, lo que sitúa al grupo como el primer empleador privado de España. La onda expansiva no termina ahí: según explica la propia compañía, durante el año 2011, el impacto total de la actividad de El Corte Inglés en la economía española fue de unos 17.170 millones de euros, sumando tres factores: su propia aportación a la Renta Nacional, las inversiones directas que realizan y las compras a los proveedores. Con este baremo la empresa asegura haber inyectado en la economía española más de 93.000 millones de euros desde que comenzó la crisis en 2007.
«Esas son las realidades, los datos que sí se conocen de El Corte Inglés, que cuentan y repiten sin problema, pero hay otras tan o más importantes y que se esconden», explica Gabriel Escribano, de El Corte Inglés de la calle Princesa de Madrid. Gabriel se queja de que la información de la empresa siempre avanza en la misma dirección. «¿Dicen que son la empresa que más notas de prensa envían? Nosotros también enviamos a diario notas de prensa de lo que ocurre aquí dentro y nunca las publican», expresa. «Los medios saben que si publican algo negativo de El Corte Inglés inmediatamente les retiran la publicidad. Es una auténtica censura». Desde 1999 El Corte Inglés ha estado todos los años en el top 5 de la inversión publicitaria en España. Los anuncios parecen sagrados: a pesar de que el beneficio bruto de la firma cayó entre 2006 y 2011 de los 700 millones de euros a los 200 millones, su gasto en campañas aumentó. Según datos de la empresa Infoadex, El Corte Inglés ha inyectado en los medios de comunicación españoles una dosis de publicidad de 1144 millones desde 1999. «Ningún medio nos da voz, nadie sabe lo que ocurre aquí dentro, solo la cara bonita y amable del imperio del triángulo verde», se queja amargo Gabriel. «Nos vemos obligados a repartir cuartillas por la calle para que la gente pueda saber nuestra situación real, y cuando se enteran, nos dicen “¿de verdad sucede esto en El Corte Inglés?”. No se lo pueden creer». ¿Y qué es lo que sorprende a la gente? Gabriel coincide con sus compañeros. «Es el clima horroroso que tenemos, una presión tremenda: las cuentas tienen que cuadrar, hay que vender caiga quien caiga. Llevo aquí más de 20 años y recuerdo que cuando empecé había ilusión y ganas. Hoy todo es amargura y mal ambiente. Los jefes llegan y te amenazan directamente con el despido si no vendes lo estipulado. Se han cargado al empleado. Ahora te dicen: esto es lo que hay». «La presión es muy grande —expresa María—, los jefes están encima, no se puede hacer ni una broma. Al menos donde yo trabajo la gente se siente angustiada de principio a fin». Fran no es tan contundente. «Mi experiencia, tengo que decirlo, fue buena. El ambiente en donde yo trabajaba no era malo, pero yo creo que depende de los jefes. Mis jefes eran jóvenes y no había demasiados problemas. Eso sí, en los últimos meses, con la crisis, fue degenerando». José Luis es mucho más crítico, y se sirve de un ejemplo bastante agobiante: «La hora de entrada que tenemos los vendedores es las 9:45 de la mañana, pero la gente llega a las 9:15 porque, si no, no te da tiempo a tener tu sección organizada a la hora de apertura, que es a las 10. Si llegas a tu hora, a las 9:45, el jefe te dice: “buenas tardes”».
La empresa también declina hacer cualquier comentario sobre esta situación. A cambio, ofrecen más datos. Datos, económicamente, contundentes: «La actividad comercial que se genera entre El Corte Inglés y sus proveedores supone más de 13.000 millones de euros anuales, con un volumen acumulado de 67.000 millones de euros en el periodo 2007-2011 y el consiguiente impacto directo a efectos de plantilla e inversiones. Esta gran amplitud de proveedores e interproveedores con los que la empresa mantiene una relación de colaboración constante ha contribuido a crear una extensa cadena de valor que podría alcanzar a más de 1,5 millones de trabajadores». Y hasta ahí pueden leer. Que no es poco, pero que podría ser más.
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Con su recién estrenada condición de Sociedad Anónima en 1953, se incorpora a la empresa un chaval llamadoIsidoro Álvarez, quien 36 años más tarde accederá a la presidencia y creará un poderoso grupo empresarial alrededor de El Corte Inglés. Isidoro tenía 18 años cuando comenzó a trabajar. Acababa de llegar a Madrid para estudiar Ciencias Económicas en la Universidad Central. César, su tío abuelo, le pagaría la carrera. Isidoro nació en Borondes, otra aldea de Grado en abril de 1935. Su origen también es campesino y humilde y cuando aterriza en Madrid se instala en una pensión de la calle Mayor con otros parientes de César Rodríguez: José Antonio García Miranda, que llegará a ser consejero de El Corte Inglés y de Hipercor y su hermano Valentín, directivo de El Corte Inglés de Valencia. Isidoro iba todas las tardes a Preciados a echar una mano y ganarse algún dinero. Así empezó a vincularse a la organización hasta lograr que Ramón Areces se fijara en él como la persona llamada a sucederle. «Yo empecé desde abajo», llegó a declarar el actual presidente de El Corte Inglés. Y no miente. Empezó en la tienda y en el almacén, donde descargaba la mercancía. En poco tiempo estaba en la sección zapatos a media jornada. En 1957 se licenció y de ahí, la catapulta: ese año asumió su primer cargo directivo en la empresa y dos años después pasó a ser accionista. En 1959, con 24 años, ya era consejero.
Las décadas de los 60 y los 70 tenían reservada la explosión de El Corte Inglés. La bajada de Fidel Castro de Sierra Maestra devuelve a César Rodríguez a España y el empresario asturiano dirige el crecimiento de la firma basándose en la autofinanciación. Hasta 1990 la empresa no se someterá a una auditoría externa ni hará públicas las memorias de cada ejercicio. Galerías Preciados comienza a verse incapaz de seguir el ritmo, mucho menos tras la muerte de César, en 1966. Como un acicate, como un revulsivo, el fallecimiento por culpa de un cáncer del padre de los mayores grandes almacenes de España los impulsará definitivamente. Cuentan que las inversiones se dispararon desde ese momento, liberadas del celo y la prudencia de César, empresario de la vieja escuela. Desde su muerte hasta 1975 El Corte Inglés, con Ramón Areces al frente, crecerá más que en los 22 años anteriores, gracias a un nuevo modelo de desarrollo que incluye la creación de filiales, la ampliación de instalaciones de apoyo y naves industriales propias. Comienza a emerger el imperio. Un imperio que ya sería inalcanzable para Pepín y su Galerías Preciados.
En 1966 El Corte Inglés abre su segundo edificio, en la madrileña calle Goya; en 1968, el tercero en Sevilla; en 1969, Bilbao y de nuevo Madrid (calle Raimundo Fernández Villaverde); 1971, turno para Valencia; 1973, Murcia; 1974, Barcelona y otro en Madrid (calle Princesa) y 1975, Vigo. De este modo, los 10.000 metros cuadrados de la firma en 1960 se convirtieron en 334.000 en 1975. Lo mismo sucedió con la plantilla: entre 1960 y 1965 el número de trabajadores creció un 164% y entre 1965-70, un 330%. El capital también se disparó, en concreto un 738,9% entre 1968 y 1973, pasando de 245 millones de pesetas (1,5 millones de euros) a 2055 millones de pesetas (12,3 millones de euros). «Hemos ido creciendo como se dice sin prisa pero también sin pausa, al ritmo de lo que hemos generado, administrando bien nuestras pesetas, vigilando mucho nuestras inversiones», explicaba Areces en 1983 en Actualidad Económica. El Corte Inglés se convertirá, en 1989, en la tercera empresa de España y el primer grupo privado en volumen de negocio.
La desenfrenada carrera por crecer amagó con tropezar en 1973, cuando, en pleno apogeo de la empresa, Ramón Areces sufre una hemiplejia. Aunque se mantendrá hasta 1989 al frente de la firma, desde este momento será Isidoro Álvarez quien asuma el mando real. Eso sí, la última palabra la seguirá teniendo Areces. Nadie daba un paso si no tenía detrás la el asentimiento silencioso del «viejo». Areces muere finalmente el 30 de julio de 1989. Al día siguiente Isidoro es nombrado presidente.
Isidoro pasa por ser un tipo discreto y que no habla jamás de su vida, algo que parece ir en los genes. Dicen que es un hombre volcado en la empresa, que no conoce descanso y que no entiende de vacaciones. Cuenta la leyenda que suele celebrar las reuniones de directivos en pleno agosto, para que nadie se relaje. Y que en esos encuentros al que llega demasiado moreno lo miran mal. Son rumores, pero circulan por la empresa, entre los empleados. La única diferencia con sus antecesores es el móvil. Ellos no tenían y él, dicen, jamás lo apaga. Los 80, con Álvarez al frente, supusieron la definitiva condena a muerte de Galerías Preciados, que comienza a bailar de un grupo a otro, de banco en banco, hasta terminar en Rumasa. Mientras tanto El Corte Inglés abre casi dos centros por año y la llegada de la crisis de la segunda mitad de los 80 parece motivarles aún más. Se crean filiales que, a día de hoy, siguen existiendo y aumentando: Hipercor, Supercor, Opencor, Viajes El Corte Inglés, Sfera, Informática El Corte Inglés, Óptica 2000, Bricor…. De nuevo, todo autofinanciado.
Es entonces cuando El Corte Inglés toma la forma con la que lo conocemos a día de hoy. Actualmente los grandes almacenes por excelencia suponen la tercera empresa de España del sector de distribución solo por detrás de Inditex y Mercadona y, aunque en línea descendente, cerró su último ejercicio (2011) con beneficios. Cuenta con 81 centros en España y dos en Portugal, además de 31 centros Hipercor, cinco Bricor, 88 Supercor, 187 Opencor, cuatro Supercor Express, 71 tiendas Sfera, y 108 Ópticas 2000. Además, posee o participa en 11 empresas de diferentes ámbitos, desde editoriales hasta cosméticos como Sephora. Un gigante que, sin embargo, es mucho más, algo que trasciende del comercio, un símbolo cuya triangular sombra alcanza todos los rincones. Como dijo un humorista: «El último elemento vivo que vertebra España». La empresa de Isidoro Álvarez está presente en la cultura, donde cada año organiza y financia 3000 actos, además de patrocinar distintos galardones literarios, como el Premio Primavera de Novela, el segundo de mayor dotación económica de España. También celebran concursos y talleres de arte y tienen convenios con decenas de universidades y escuelas. El Corte Inglés colabora con ONG, como Cáritas, Cruz Roja o Aldeas Infantiles y la Federación Nacional de Bancos de Alimentos. Su influencia no se limita a España, ya que la firma trabaja con organizaciones como Save the Children o Unicef. El deporte es otro ámbito al que llega el enorme triángulo verde. El Corte Inglés patrocina los programas ADO y ADOP y organiza decenas de carreras y actos deportivos cada año. Por supuesto, la moda es un terreno abonado. La empresa cuenta con más de 1000 marcas además de tener un acuerdo firmado con la Asociación Española de Creadores de Moda.
«Esta presencia, estos patrocinios, son los que convierten a El Corte Inglés en algo tan poderoso», explica Gabriel. «Antes se decía con la Iglesia hemos topado. Ahora hay que cambiarlo por con El Corte Inglés hemos topado». José Luis añade: «Es un imperio obsesionado con su imagen que no tiene problema en ocultar lo que verdaderamente está sucediendo en su interior y eso nos frustra, porque nadie se atreve a decir nada». Y lo que sucede en su interior se puede resumir finalmente en una palabra: miedo. Todos los trabajadores aquí entrevistados no dudan ni un segundo en afirmar que el clima, la sensación que ahora mismo impera entre los trabajadores de El Corte Inglés es la de miedo. «Los días de huelga general es cuando más se nota», explica Fran. «No va nadie, es que ni te lo planteas porque te vas a la calle. Y los jefes te lo advierten claramente». Cada huelga, efectivamente, cientos de agentes de policía rodean los centros de El Corte Inglés cuyas puertas permanecen estoicamente abiertas convocatoria tras convocatoria, huelga tras huelga. No se trata de una tienda, no se trata de que los clientes puedan ir a comprar ese día. Es la confirmación definitiva de que estos grandes almacenes son algo más. Un símbolo protegido también por el Estado, a quien, además de aliviar su economía, proporciona todo tipo de servicios, desde vestimenta para las Fuerzas Armadas hasta uniformes para centros escolares o sanitarios.
«Miedo no, lo que tienen los empleados de esta empresa hoy en día es terror. Nada puede alterar la imagen de la firma, todo se lleva en secreto, nada se puede contar. Y ellos se encargan de que así sea», expresa José Luis. Una vez más, El Corte Inglés, la pequeña sastrería de César, Pepín, Areces y después Isidoro, guarda silencio. Como el gigante que no se molesta por una diminuta molestia. Como la bestia que sigue su camino, impasible, firme, obstinada. De una chabola en medio de Asturias, a todos los rincones de España.