Adónde van los chinos cuando mueren y más leyendas

Desmontar las leyendas urbanas que circulan sobre la comunidad china en España es el propósito de íngel Villarino en el libro ¿Adónde van los chinos cuando mueren?, en el que da respuesta a esta y otras preguntas como por qué prosperan tan rápido sin saber ni siquiera el idioma de la ciudad a la que acaban de llegar…

La idea de escribir el libro -publicado por la editorial Debate- le surgió a este periodista español, corresponsal en Asia del grupo mexicano Reforma, cuando hace casi cuatro años se fue a vivir a Pekí­n y sus amigos no dejaban de bombardearle con preguntas sobre esta comunidad, según afirma en una entrevista con Efe.

Para analizar la vida y los negocios de la comunidad china en España el autor combina datos y reflexiones con más de 300 testimonios, dos tercios de ellos de nacionalidad china, a los que le ha sido «tremendamente complicado» acceder por la forma de ser de éstos, a priori reacios a comentar sus vivencias con un extranjero desconocido.

Uno de los principales mitos que desmonta Villarino es precisamente el que hace referencia al tí­tulo del libro: «a los chinos cuando mueren se les entierra o se les incinera, como a todo el mundo», afirma el periodista y argumenta que si hay muchas personas que aseguran que jamás han visto un funeral chino es porque la mayorí­a de estos inmigrantes llegaron a España siendo jóvenes y no están en edad de morir.

«Yo tampoco he visto el entierro de un ecuatoriano y es que es normal no verlo al no ser que te pases el dí­a en el cementerio», apunta Villarino, quien asegura que en el caso de las personas mayores vuelven a China a morir, porque son ciudadanos que respetan mucho sus tradiciones.

Otra de las leyendas urbanas que trata de aclarar el autor es que los comerciantes chinos no están exentos de pagar impuestos, los tienen que pagar como todos, otra cosa es que sean «más tramposos que la media».

«Sí­ que los pagan, eso no quiere decir que no defrauden, que sí­ defraudan muchos, y por ejemplo la Operación Emperadorha destapado esto», apunta Villarino, quien comenta que la gran mayorí­a de los que residen en España han entrado en el paí­s de forma ilegal, muchos de ellos a través de mafias.

De hecho, cree que si España, donde hay alrededor de 200.000 chinos, e Italia son los paí­ses con más inmigrantes de esta comunidad es porque se les ha permitido hacer cosas que en otros estados no se les permite, como abrir un negocio sin licencia.

No creen que por trabajar más de ocho horas estén explotados y tampoco se quejan por vivir casi hacinados en un piso, para ellos es normal. En España trabajando las mismas horas que en China ganan hasta tres veces más que en su paí­s.

Eso no quiere decir que los chinos que han prosperado en este paí­s sigan compartiendo vivienda con tanta gente, en absoluto, se compran sus pisos o chalés como cualquier ciudadano que se lo puede permitir.

Por eso, el autor hace hincapié en que es fundamental contextualizar la situación que viven estos ciudadanos; de hecho, el autor critica en el libro que casi todas las noticias relacionadas con la comunidad china se hayan contado «con grandes dosis de desconocimiento y sensacionalismo».

Más que una nacionalidad son una civilización y por eso les cuesta tanto integrarse, pero eso no es un obstáculo a la hora de comenzar un negocio. La mayorí­a de los que residen en España provienen de la región de Chen Lan y aprovechan la infraestructura que ya tienen creada los que llegaron antes para «copiar» los negocios prósperos.

Han pasado de abrir restaurantes chinos a montar tiendas de alimentación, de ropa y peluquerí­as, en general, negocios que requieren poca inversión pero que trabajando muchas horas a precios más bajos dan beneficio, aunque su mayor negocio es la importación.

Y es que reproducen sus costumbres para triunfar, son ordenados, con gran capacidad de sacrificio y «en alerta constante».

Pero, ¿cómo nos ven los chinos a los españoles? pues como personas bruscas y protestonas, y que, además, cuando van a vivir a China no se integran, no aprenden el idioma y tampoco comen la comida del paí­s, según relata el autor, quien confí­a en que los que lean el libro logren entender mejor la vida y costumbres de la población del gran gigante asiático.

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